¡Qué feliz que era! Por fin
había conseguido hacer realidad su sueño, por fin podía palpar con
sus propias manos, menudas y nerviosas, el fruto de tantos esfuerzos,
de tantos días de duro trabajo. Por fin podía alzar su cabeza
orgulloso, y mirar a los ojos a su familia y amigos, que tanto habían
sufrido por él, aunque no supiese aun bien porqué. ¿Cómo pudieron
no ver, ni intuir, ni dejarse llevar por su sueño, de que era
posible lograrlo?
- “Dedícate a la arquitectura, cariño, que da mucho prestigio”- le decía su madre
- “Sigue la tradición médica familiar, que viene de padres a hijos desde hace generaciones” - le escupía su padre
Pero eso quedaba ya atrás, ahora
les podía demostrar que los sueños trabajados se consiguen, que los
propios caminos, aun pedregosos, son posibles de andar. Y así, con
lágrimas en los ojos, este pequeño lápiz del número 4 disfrutó
de la más bella e inspiradora de las imágenes: el primer cuento
escrito por una pequeña niña, su amiga Aislin, un relato repleto de
deseos y sueños, cargado de magia, y quién sabe, quizás unas
palabras que algún día se hagan realidad.
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